LA
INMIGRACIÓN ES LA PUNTA DE LANZA DE LA GLOBALIZACIÓN PARA DESTRUIR
EL MERCADO LABORAL DE OCCIDENTE Y HUNDIR LOS SERVICIOS SOCIALES
Si
los actuales progres de sofá hubiesen leído a Marx, sabrían que, a
un aumento de la cantidad de mano de obra le sigue una caída de los
salarios
(dumping laboral): una manifestación de la ley de oferta y demanda.
Tanto la productividad económica como el sueldo medio, dependen
actualmente del capital invertido en cada puesto de trabajo.
Cuando se introducen en la economía nacional a millones de personas que no traen capital, los sueldos bajan automáticamente, del mismo modo que cuando llega de visita un jeque de un petro-régimen árabe a una ciudad, los sueldos de esa ciudad suben.
Cuando se introducen en la economía nacional a millones de personas que no traen capital, los sueldos bajan automáticamente, del mismo modo que cuando llega de visita un jeque de un petro-régimen árabe a una ciudad, los sueldos de esa ciudad suben.
Por
razones obvias, a los grandes depredadores capitalistas les conviene
tener una mano de obra muy abundante y muy barata. Para lograr esta
mano de obra abundante y barata, han promovido cuatro procesos
históricos:
1-
La emigración
del campo a la ciudad
durante la etapa del capitalismo industrial. Para ello fue necesario
desmontar (mediante revoluciones liberales, desamortizaciones y
expropiaciones), las estructuras económicas y políticas del Antiguo
Régimen, que eran eminentemente rurales. El efecto de este proceso
fue la aparición del proletariado, el crecimiento descomunal del
mundo urbano, la pérdida de las tradiciones ancestrales y el auge de
las enfermedades mentales.
2-
La entrada
de la mujer en el mercado laboral durante
la etapa del capitalismo comercial. Desde los tiempos de la
"liberación femenina", la mano de obra se ha prácticamente
duplicado y los sueldos se han reducido a la mitad de su poder
adquisitivo o más. Como efectos secundarios, la natalidad ha caído
en picado y tanto la vida familiar como las identidades sexuales
están siendo desmanteladas.
3-
La inmigración
tercermundista
y la deslocalización
empresarial durante
la actual etapa del capitalismo: la de la globalización. Se trata de
un último intento de buscar mano de obra abundante y barata para
poder mantener el crecimiento ficticio de unas cifras abstractas que
nunca redundan en un beneficio real para el pueblo, sino al
contrario. En este apartado nos concentraremos en cómo beneficia la
inmigración a los grandes empresarios.
El
capitalismo no quiere trabajadores caros que exijan buenas
condiciones laborales y que tiendan a repartir la riqueza del país
de forma equitativa. El capitalismo desea trabajadores dóciles,
dispuestos a trabajar hasta la muerte por un mísero cuenco de arroz.
Actualmente, los únicos lugares donde se puede encontrar mano de
obra vapuleable a millones es fuera del Primer Mundo. China se ha
convertido en la tierra prometida de la deslocalización industrial,
pero también Occidente se ha convertido en la tierra prometida de
las masas tercermudistas, atraídas por multinacionales codiciosas
que se cubren de beneficios a costa del pueblo autóctono, y por
políticas "solidarias" completamente divorciadas de la
realidad.
Desde
que llegaron los inmigrantes, quedó claro que en sus países de
origen no había habido grandes luchas sociales, por lo cual
aceptaban términos de contratación que para cualquier autóctono
serían insultantes. Los inmigrantes no pedían seguro médico, horas
extra pagadas, 30 días de vacaciones al año, bajas por maternidad,
excedencias y otras "mariconadas" que encarecen los costes
de contratación y por tanto de producción. La consecuencia es que
los sueldos han bajado y el mercado laboral autóctono se ha hundido.
Donde antes el empresario tenía que aceptar a regañadientes a un
trabajador español exigente, ahora puede decirle "700 euros al
mes o te vas a la calle, que fuera hay cuarenta ecuatorianos y
cincuenta magrebíes esperando". De esa manera, mientras la vida
se encarecía cada vez más por la inflación, los sueldos
simplemente no subieron. La consecuencia de este estado de cosas es
que la inmigración no ha supuesto un reparto de riqueza, sino un
reparto de pobreza. La riqueza perdida por el pueblo trabajador
autóctono se la ha embolsado una pequeñísima élite de grandes
empresarios, usureros y especuladores.
La
ley de la oferta y la demanda en el mercado laboral capitalista,
llevada al extremo.
Por
poner un ejemplo, digamos que la entrada de la inmigración ha
supuesto que los salarios no subiesen a (seamos muy generosos) 100
euros más al mes. Con catorce pagas anuales, nos colocaríamos en
1400 euros al año que se han ahorrado las empresas por trabajador.
Volvemos a ser generosos y presuponemos que el dumping laboral "sólo"
ha afectado a 10 millones de trabajadores: resulta que las empresas
se ahorran 14 mil millones de euros al año. Si multiplicamos eso por
los años que van desde el 2000 hasta el 2008, nos encontraríamos
conque los empresarios se han ahorrado en ocho años 112.000 millones
de euros (y si tomamos el periodo 1996-2012, ya estaríamos hablando
del doble). Esta cifra puede no decirnos gran cosa a quienes no
estamos acostumbrados a concebir estos números en términos
económicos. Para comprenderla, la producción petrolera anual de
Kuwait asciende a 90.000 millones de euros. La recaudación del
tesoro público español en un año es de 100.000 millones de euros.
Google pagó 8.700 millones por Motorola, los gastos en pensiones en
España son de 6.600 millones de euros, el presupuesto para educación
es de 3.000 millones y el subsidio de paro de 420 euros nos cuesta
1.300 millones al año. Si pensamos en la cantidad de guerras que se
libran debido a unos beneficios petroleros de unos pocos miles de
millones de euros, entendemos el enorme interés que tiene el
capitalismo en mantener el descomunal negocio de la inmigración y
que nadie lo cuestione.
De
hecho, los intereses económicos involucrados en la inmigración son
tan fuertes que se han procurado todo un aparato defensivo cultural:
quien delata este estado de cosas, es calificado con vocablos
acuñados artificialmente por políticos y magnates mediáticos, como
el consabido "xenófobo". Es la equivalencia moderna del
"hereje" medieval: una palabra-comodín para apelar al lado
irracional-instintivo y quitarse a un oponente molesto del medio
cuando faltan los argumentos racionales. Hay que dejarse de retóricas
obsoletas, la realidad es que los perjudicados por el
multiculturalismo son los obreros nacionales, y los beneficiados han
sido los grandes oligarcas capitalistas, siendo ellos los que
utilizan la palabra-tótem "xenofobia" y los que menean el
espantajo del "racismo" para que nadie critique sus
políticas económicas criminales.
Vemos
la acción de estos oligarcas en la iniciativa
Programa
Empresa e Inmigración (2006),
en la que unos cuantos grandes consorcios capitalistas
(principalmente bancos, multinacionales explotadoras, empresas de
trabajo temporal y otras grandes fortunas) pedían más inmigración
en España. Estos consorcios eran: Bancaja, Banco Santander, Banesto,
BBK, BBVA, Caja Navarra, Cajasol, Coca-Cola España, Corporación
Grupo Norte, Correos, Deutsche Bank, El Corte Inglés, Grupo Banco
Popular, Grupo Eulen, Grupo Redur, Grupo Vips, Iberia, La Caixa,
Manpower, PeopleMatters, Prosegur, Randstad, Sol Meliá. Un año
después, los asociados se habían ampliado a 121 [1].
Son este tipo de consorcios los que realmente están detrás de la
inmigración y las regularizaciones masivas en Europa, utilizando sus
lobbies de presión para importar hordas de trabajadores
tercermundistas como si de esquiroles se tratasen, con el fin de
hundir las condiciones de trabajo, disolver las molestas identidades
étnicas europeas y apropiarse de los fondos sociales en manos del
Estado (los inmigrantes reciben ayudas del Estado, pero ese dinero
acaba en buena parte en manos de mega-empresas privadas). Seguir
pidiendo más inmigrantes cuando hay 5 millones de parados en nuestro
país sólo es explicable si estas empresas buscan crear un inmenso
"dumping social", es decir, fraguar una sociedad en la que
el valor de cada individuo tienda a cero.
Los
costes de la inmigración (para el Estado, que no para el Mercado)
son harina de otro costal. Las leyes de extranjería implantadas por
los plutócratas son de risa. España es el país europeo con la
mayor tasa de paro… pero también el que más inmigrantes ha
aceptado en los últimos años, como si nos sobraran puestos de
trabajo. Somos el único país europeo en el que se permite a los
inmigrantes empadronarse en un municipio sin tener tarjeta de
residencia, y donde se les concede automáticamente acceso a los
servicios básicos (educación, sanidad y otras ayudas) simplemente
por estar allí. Los inmigrantes a menudo están muy informados (ONGs
y otras fundaciones mediante: Cáritas, Cruz Roja, Secretariado
Gitano, etc.) y saben muy bien cómo aprovecharse de las ayudas
sociales (y ver aquí).
A muchos de ellos se les concede automáticamente paga de 1.000 euros
al mes, un suplemento de 350 € por cada hijo, cheques-bebé,
vivienda de protección oficial (en Cataluña el 90% de estas
viviendas se concede a inmigrantes, y una buena porción del 10%
restante a gitanos e inmigrantes nacionalizados), guardería gratuita
para sus hijos, un "asistente social" para llevarlos a la
guardería si los padres no pueden, un trabajo fijo, consejos para
tramitar la apertura de un negocio, exenciones de impuestos por
cuatro años, desgravaciones fiscales, vales para comer gratis,
cheques alimentarios, comedor escolar para los niños y posibilidad
de traerse de su país a toda su familia, cosa que probablemente
harán (efecto llamada). El inmigrante medio disfruta, en suma, de
unas prestaciones sociales que el español medio no puede ni
concebir, simplemente por el color de su piel o su procedencia. A
este racismo a la inversa se le llama "discriminación
positiva".
Nos
encontramos, por tanto, con bolsas sociales de millones de personas
(y no sólo inmigrantes, sino también gitanos y españoles) que no
tienen necesidad alguna de matarse a estudiar para matarse a trabajar
para ganar un sueldo de miseria. Es más fácil vivir de rentas,
trapichear con droga, robar carteras o bolsos a punta de pincho,
trabajar de vez en cuando en negro, ir de víctimas, echarle la culpa
de todo al "sistema" y al pueblo español, lloriquearle a
los servicios sociales y andar por la vida con zapatillas de marca,
ropa de marca, móviles sofisticados y mejores coches que los
trabajadores españoles que se parten el espinazo para pagarlos, y a
los que la Administración les dice que no hay dinero y que hay que
recortarles el sueldo y las pensiones. Otro de los obvios problemas
de tener a todo un sector social dependiente de subsidios es que,
cuando haya que meterles tijeretazo a dichos subsidios (y el momento
llegará), se producirán graves conflictos. La situación es una
receta para el desastre, y el desenlace traumático está 100%
garantizado.
De
más de 7 millones de inmigrantes que tenemos, sólo 1,8 millones [2]
cotizan a la Seguridad Social. El resto no vive de su trabajo, sino
del trabajo del pueblo español, disfrutando de sanidad pagada,
educación pagada, uso de infraestructuras públicas e infinidad de
prestaciones sociales. En la práctica, el pueblo español trabaja
para ellos y es su esclavo. En términos más indignantes, podemos
decir que el pueblo español trabajador está pasando graves penurias
para pagar de su bolsillo a las personas que lo están agrediendo,
desplumando, robando, violando, asesinando, insultando, despreciando,
amenazando y odiando. Pero en última instancia, los españoles
trabajan para los banqueros y empresarios que han traído la
inmigración, ya que es en sus manos donde acaba la mayor parte del
dinero arrancado al pueblo y dilapidado por el Estado.
Obviamente,
una idea que es un desastre social en toda regla nunca echa raíces
si no tiene algún tipo de gancho. En el caso de la inmigración, el
gancho se dirige obviamente a los empresarios: mano de obra barata y
sumisa. Otros ganchos menores iban dirigidos al público crédulo y
buenista: los inmigrantes vienen generosamente a pagarnos las
pensiones (habría que preguntar qué pensiones paga un senegalés
que está en paro y no cotiza a la Seguridad Social, o un rumano que
cobra subsidios de España pero vive en Rumanía, o un marroquí que
no sabe leer o escribir, trabaja seis meses en España, se apunta al
paro y vuelve a su país para traerse a toda su familia), a trabajar
en los trabajos que nosotros no queremos (resulta que antes de la
inmigración, los suelos se fregaban solos, los nabos se arrancaban
solos del suelo y las copas volaban solas a las mesas de los
clientes) y a aportar un toque de color en nuestra aburrida y
monolítica homogeneidad étnica (como si la identidad no fuese un
factor de vertebración para cualquier país).
La
inmigración paga al Estado, siendo generosos, 5.000 millones de
euros en impuestos, mientras que el Estado gasta 13.000 millones sólo
en su educación y sanidad, sin contar problemas de seguridad
ciudadana, ayudas sociales, trabajo negro, atención a
drogodependientes, reaparición de enfermedades erradicadas en Europa
hace tiempo, puestos de trabajo irregulares, no-cualificados y de
cuestionable creación de riqueza (prostitutas, vendedores de
top-manta, vendedor de kleenex en semáforos, vendedor de flores
ambulante, vendedor de objetos falsificados y/o robados,
aparcacoches, masajistas) y diversos subsidios, que superarían
fácilmente los 15.000 millones anuales. El truco, por supuesto, es
que todos estos costes no corren de la cuenta de las grandes empresas
o bancos, sino del Estado, es decir, del contribuyente currante.
Ningún
partido de izquierdas, ningún sindicato, ha cuestionado o denunciado
esta inyección de mano de obra tercermundista como parte de la
globalización capitalista, como una conspiración para degradar los
servicios sociales (especialmente sanidad, educación y pensiones) a
niveles cuasi-tercermundistas y para expropiar los fondos y medios de
producción del Estado, mientras los especuladores se forran. Ningún
partido izquierdista ha denunciado que la
inmigración es parte de la guerra que el Mercado
(consorcios capitalistas) le
hace al Estado
(los contribuyentes, es decir, nosotros), ya que los empresarios no
subvencionan a la inmigración (sino que externalizan los costes de
la inmigración sobre el pueblo trabajador), pero sí cosechan los
beneficios, mientras que el Estado sí subvenciona a la inmigración,
y pierde la mayor parte del dinero. Los movimientos "alternativos"
del tipo 15-M tampoco han aportado ideas nuevas al grave problema del
multiculturalismo; al contrario, los "indignados", que
parecen portavoces de la mismísima UNESCO, se han limitado a repetir
el manoseado discurso de siempre ―que es precisamente el culpable
de que actualmente estemos como estamos. En toda Europa, los únicos
partidos que se mojan denunciando la naturaleza económica y social
de la inmigración tercermundista masiva, son algunos de los
"ultraderechistas", y se encuentran bajo una fuerte campaña
de desprestigio, infiltración y amordazamiento por parte de la
industria mediática y la seguridad del Estado. Cabe esperar que, en
el futuro, las políticas inmigratorias sean la principal línea de
división ideológica entre partidos y tendencias políticas en
Europa, y que acaben provocando una nueva polarización social cuando
los efectos del multiculturalismo crucen el umbral de la
tolerabilidad.
La
solución al gravísimo problema de la inmigración no es reaccionar
infantilmente en contra de los inmigrantes, sino procesar legalmente
a los oligarcas capitalistas responsables de haber promovido la
invasión. Por otra parte, los inmigrantes vinieron a trabajar en una
burbuja económica artificial. Ahora ya no hay burbuja. Así que,
para empezar, que no sigan llegando. Y para continuar, que se vayan
la mayoría de los que ya han llegado, que en este país tenemos 5
millones de parados y sencillamente no hay trabajo ni bote para todo
el mundo, de modo que lo lógico es que salgan los últimos
trabajadores en entrar. Debe modificarse la ley de extranjería,
introducirse visados y exigencia de reconocimientos médicos y
certificados de penados (lo mismo que se exigía a los españoles que
emigraban en otros tiempos), acabar con la "discriminación
positiva" en el mercado laboral y deportar:
•
A
todos los inmigrantes que hayan delinquido,
incluyendo los que se encuentran en régimen penitenciario. Detención
= deportación.
•
A
todos los ilegales y en situación irregular,
que por cierto, podrían incluirse en la primera categoría, ya que
han incumplido la ley. Ningún ser humano es ilegal, pero incumplir
la ley sí lo es, y de delincuentes ya estábamos servidos en España
mucho antes de la multiculturización impuesta, como para importar
más.
•
A
todos los que se legalizaron en regularizaciones masivas, suicidas y
anticonstitucionales.
•
A
todos los que están apuntados al paro.
•
A
todos los que no cotizan ni pagan impuestos.
•
A
todos los que vienen sin contrato de trabajo de origen.
•
Y, a partir de ahí, a todos
los que hagan falta para hacer espacio a los trabajadores autóctonos
en paro.
El
coste de tal operación no debería suponer demasiado lastre para una
Administración que actualmente puede permitirse el lujo de
distribuir por toda la geografía nacional a los inmigrantes llegados
a Andalucía y Canarias, con billetes de autobús pagados por los
ayuntamientos. Además, la deportación de los inmigrantes
redundantes sería más barata que seguir pagándoles subsidios, de
modo que la deportación se auto-financiaría a corto plazo.
Otra
opción perfectamente legítima es que los banqueros, empresarios,
políticos y ONGs responsables de la situación actual, se viesen
obligados por ley a costear los gastos de repatriación de sus
propios bolsillos. Sería un ejemplo que los oligarcas económicos
paguen los platos que ellos mismos han roto, como una enorme multa. Y
en última instancia, si se pidiese financiación al mismo pueblo,
muchos millones de trabajadores españoles estarían más que
dispuestos a contribuir con fondos de sus propios bolsillos. De un
modo o de otro, las deportaciones acabarían saliendo mucho más
baratas que seguir desangrándonos en ayudas sociales.
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