lunes, 26 de noviembre de 2012
¡De las tarántulas!
De las tarántulas
¡Mira, ésa es la caverna de la tarántula! ¿Quieres verla a ella misma? Aquí cuelga su tela; tócala, para que tiemble. Ahí viene dócilmente: ¡bien venida, tarántula! Negro se asienta sobre tu espalda tu triángulo y emblema; y yo conozco también lo que se asienta en tu alma.
Venganza se asienta en tu alma: allí donde tú muerdes, se forma una costra negra; ¡con la venganza produce tu veneno vértigos al alma!
Así os hablo en parábola a vosotros los que causáis vértigos a las almas, ¡vosotros los predicadores de la igualdad! ¡Tarántulas sois vosotros para mí, y vengativos escondidos!
Pero yo voy a sacar a luz vuestros escondrijos: por eso me río en vuestra cara con mi carcajada de la altura.
Por eso desgarro vuestra tela, para que vuestra rabia os induzca a salir de vuestras cavernas de mentiras, y vuestra venganza destaque detrás de vuestra palabra «justicia».
Pues que el hombre sea redimido de la venganza: ése es para mí el puente hacia la suprema esperanza y un arco iris después de prolongadas tempestades.
Mas cosa distinta es, sin duda, lo que las tarántulas quieren. «Llámese para nosotras justicia precisamente esto, que el mundo se llene de las tempestades de nuestra venganza» - así hablan ellas entre sí.
«Venganza queremos ejercer, y burla de todos los que no son iguales a nosotros» - esto se juran a sí mismos los corazones de tarántulas.
«Y “voluntad de igualdad” - éste debe llegar a ser en adelante el nombre de la virtud; ¡y contra todo lo que tiene poder queremos nosotros elevar nuestros gritos!»
Vosotros predicadores de la igualdad, la demencia tiránica de la impotencia es lo que en vosotros reclama a gritos «igualdad»: ¡vuestras más secretas ansias tiránicas se disfrazan, pues, con palabras de virtud!
Presunción amargada, envidia reprimida, tal vez presunción y envidia de vuestros padres: de vosotros brota eso en forma de llama y de demencia de la venganza.
Lo que el padre calló, eso habla en el hijo; y a menudo he encontrado que el hijo era el desvelado secreto del padre.
A los entusiastas se asemejan: pero no es el corazón lo que los entusiasma, - sino la venganza. Y cuando se vuelven sutiles y fríos, no es el espíritu, sino lo envidia lo que los hace sutiles y fríos.
Sus celos los conducen también a los senderos de los pensadores; y éste es el signo característico de sus celos - van siempre demasiado lejos: hasta el punto de que su cansancio tiene finalmente que echarse a dormir incluso sobre nieve.
En cada una de sus quejas resuena la venganza, en cada uno de sus elogios hay un agravio; y ser jueces les parece la bienaventuranza.
Mas yo os aconsejo así a vosotros, amigos míos: ¡desconfiad de todos aquellos en quienes es poderosa la tendencia a imponer castigos!
Ése es pueblo de índole y origen malos; desde sus rostros miran el verdugo y el sabueso.
¡Desconfiad de todos aquellos que hablan mucho de su justicia! En verdad, a sus almas no es miel únicamente lo que les falta.
Y si se llaman a sí mismos «los buenos y justos», no olvidéis que a ellos, para ser fariseos, no les falta nada más que - ¡poder!
Amigos míos, no quiero que se me mezcle y confunda con otros.
Hay quienes predican mi doctrina acerca de la vida: y a la vez son predicadores de la igualdad, y tarántulas.
Su hablar en favor de la vida, aunque ellos están sentados en su caverna, esos arañas venenosas, y apartados de la vida: débase a que ellos quieren así hacer daño.
Quieren así hacer daño a quienes ahora tienen el poder: pues entre estos es donde mejor acogida sigue encontrando la predicación acerca de la muerte.
Si fuera de otro modo, las tarántulas enseñarían algo distinto: y justamente ellas fueron en otro tiempo las que mejor calumniaron el mundo y quemaron herejes.
Con estos predicadores de la igualdad no quiero ser yo mezclado ni confundido. Pues a mí la justicia me dice así: «los hombres no son iguales».
¡Y tampoco deben llegar a serlo! ¿Qué sería mi amor al superhombre si yo hablase de otro modo?
Por mil puentes y veredas deben los hombres darse prisa a ir hacia el futuro, y débase implantar entre ellos cada vez más guerra y desigualdad: ¡así me hace hablar mi gran amor!
¡Inventores de imágenes y de fantasmas deben llegar a ser en sus hostilidades, y con sus imágenes y fantasmas deben combatir aún unos contra otros la batalla suprema!
Bueno y malo, y rico y pobre, y elevado y minúsculo, y todos los nombres de los valores: ¡armas deben ser, y signos ruidosos de que la vida tiene que superarse continuamente a sí misma!
Hacia la altura quiere edificarse, con pilares y escalones, la vida misma: hacia vastas lejanías quiere mirar, y hacia bienaventurada belleza, - ¡por eso necesita altura!
¡Y como necesita altura, por eso necesita escalones, y contradicción entre los escalones y los que suben! Subir quiere la vida, y subiendo, superarse a sí misma.
¡Y ved, amigos míos! Aquí, donde está la caverna de la tarántula, levántense hacia arriba las ruinas de un viejo templo - ¡contempladlo con ojos iluminados!
¡En verdad, quien en otro tiempo elevó aquí en piedra sus pensamientos como una torre, ése sabía del misterio de toda vida tanto como el más sabio!
Que existen lucha y desigualdad incluso en la belleza, y guerra por el poder y por el sobrepoder: esto es lo que él nos enseña aquí con símbolo clarísimo.
Igual que aquí bóvedas y arcos divinamente se derrumban, en lucha a brazo partido: igual que con luz y sombra ellos, los llenos de divinas aspiraciones, se oponen recíprocamente -
¡Así, con igual seguridad y belleza, seamos también nosotros enemigos, amigos míos! ¡Divinamente queremos oponernos unos a otros en nuestras aspiraciones! -
¡Ay! ¡A mí mismo me ha picado la tarántula, mi vieja enemiga! ¡Divinamente segura y bella me ha picado en el dedo! «Castigo tiene que haber, y justicia - así piensa ella: ¡no debe cantar él aquí de balde cánticos en honor de la enemistad!»
¡Sí, se ha vengado! Y ¡ay!, ¡ahora, con la venganza, producirá vértigo también a mi alma!
Mas para que yo no sufra vértigo, amigos míos, ¡atadme fuertemente aquí a esta columna! ¡Prefiero ser un santo estilita que remolino de la venganza!.
En verdad, no es Zaratustra un viento que dé vueltas, ni un remolino; y si es un bailarín, ¡nunca será un bailarín picado por la tarántula!
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