- Al ser expulsado Mussolini del partido socialista, en noviembre de 1914, por su convicción de que el partido debía abandonar su compromiso con la neutralidad y favorecer la intervención en la guerra, se encontró aislado. Decidido a no abandonar su fe en el socialismo (justificaba su intervencionismo considerando que la guerra no haría sino apremiar la revolución social en Italia), se veía, sin embargo, forzado por las circunstancias y su temperamento, a labrarse un camino propio en la política. Mussolini derivó de la ortodoxia ideológica socialista. La ruptura decisiva (pese a que en aquel momento acaso él no la juzgara de este modo) se produjo como secuela de la derrota militar de Caporetto en Octubre de 1917. A partir de entonces, Mussolini pensó menos en términos de conflicto de clase y más en términos de cómo acelerar y potenciar al máximo la creación de la riqueza. Pasó a ser <<productivista>>; llegó a la conclusión de que el logro de la victoria militar y la solución de los problemas crónicos económicos y sociales de la nación exigían una política destinada a expansionar la producción más que a promover unos programas revolucionarios de redistribución de las riquezas.
- Formulada de este modo, nada puede objetarse a la proposición. Ni que decir tiene que, sin la expansión de la producción, los programas de redistribución de la riqueza redistribuirían pobreza, no riqueza. El productivismo de Mussolini, sin embargo, era más político que económico. Al asignar la prioridad a la continuada e ininterrumpida expansión de la producción condenaba, de hecho, la interrupción que pararía la producción aunque sólo fuese temporalmente. No pensaba ya en cambiar el sistema de producción sino mejor en hacer que el sistema existente funcionase más eficazmente.
- El productivismo marca la transición de Mussolini desde su radicalismo revolucionario original a su postura posterior como hombre de ley y de orden. Como productivista proclamaba que nadie que verdaderamente desease levantar el nivel de vida general podía en conciencia condonar radicales experimentos económicos y sociales que amenazasen con parar la producción. Aceptando el productivismo, podía moverse en dirección al capital sin atacar al trabajo.
- Durante los días críticos de la Marcha sobre Roma (27-29 de octubre), Benni, Conti, Olivetti, Pirelli y otros prominentes industriales desempeñaron un valioso papel como sostén en Milán. El Rey Víctor Manuel, el primer ministro Luigi Facta y Antonio Salandra, que estaba siendo considerado para ocupar este puesto, recibieron sendos mensajes de los industriales de Milán donde se les comunicaba que estaban del lado de Mussolini. Con todo, si estudiamos con atención la secuencia de los acontecimientos nos damos cuenta de que durante aquellos días turbulentos, Mussolini fue siempre la fuerza motriz del bando fascista. Mientras existiese la posibilidad de que el gobierno declarase el estado de sitio y sofocase la insurreción por la fuerza, los industriales se conducían con un máximo de discreción, lo que ya era en sí una gran intrepidez. Declararon apoyar a Mussolini, pero con mucha cautela y a través de secretos mensajes personales.
- Las concesiones de Mussolini a la gran empresa no podían quedar sin recusación dentro del fascismo. Los sindicalistas fascistas, los intelectuales y los ras insatisfechos, tras la Marcha sobre Roma empezaron a hablar de la segunda ola de la revolución fascista. Decían los que abogaban por una segunda ola que la Marcha sobre Roma no era más que el comienzo; la revolución verdadera eliminaría todas aquellas concesiones tácticas a grupos de interés investidos, motivados por la conveniencia política.
- Los industriales preferían considerar la Marcha sobre Roma como el acto final o, mejor aún, como la caída del telón de la revolución fascista. Esperaban que señalase el final del malestar social y de las debilidades de un gobierno y que significase el retorno a la normalidad. Mussolini les impresionaba por sus condiciones de político práctico que probablemente no iba a correr el riesgo de despertar el antagonismo de la gran industria del país solo para ir tras una abstracción política.
La industria y el sindicalismo fascista 1922-1924
- En cierta ocasión, en Marzo de 1923, Benni se presentó a Mussolini para recordarle que los industriales lo habían apoyado únicamente porque el fascismo había aceptado la empresa privada, lo cual no podía conciliarse con los sindicatos mixtos de Rossoni. [...] Aseguró a Benni que la CGII <<no se vería afectada ni disminuida>> y que Rossoni seguiría cooperando con los industriales [...]
- El 15 de Noviembre de 1923 el Gran Consejo Fascista se alzó en favor del mantenimiento de la autonomía e integridad organizadora de la CGII. [...] Los trabajadores y los patronos serían organizados separadamente. La realización del Estado corporativo se esfumaba en un brumoso y distante futuro [...]
- Aún admitiendo que los industriales no estuviesen satisfechos con la forma de actuar de los sindicalistas fascistas, de ciertos ras extremistas e incluso del propio De Stefani, subsiste el hecho de que las ventajas obtenidas por los industriales, ya sea bajo la forma de una política fiscal orientada, de un liderato laboral pragmático, de un gobierno autoritario dispuesto a apoyar la pujanza de la CGII y de un Duce comprensivo y en ocasiones diferente con la gran industria, compensaban de sobra las desventajas.
El nacimiento del Estado sindical 1925-1926
- Las reformas anteriores a la crisis Matteotti se habían introducido con el consentimiento de los industriales; después de enero de 1925 parecía perfilarse el peligro de que las nuevas reformas pudieran realizarse en contra de ellos.
- La respuesta fascista a las críticas de los industriales se concretó en una serie de huelgas prácticamente autorizadas por Mussolini y por el Gran Consejo.
- Los fascistas acabaron por retirarse de la huelga una vez obtenido un modesto aumento de sueldo, porque entonces la huelga había servido ya a sus intereses políticos.
- La CGII se convirtió en representante oficial y exclusivo de todos los patronos industriales frente a los obreros y el gobierno. La CGII amplió y extremó su control sobre grupos empresariales que estaban fuera de su alcance. Al mismo tiempo, se atrincheró más sólidamente en las instituciones del Estado fascista. Como representante oficial de la industria, tuvo derecho a un asiento permanente en el Gran Consejo Fascista, en los organismos planificadores del gobierno y, después de la reforma parlamentaria de 1928, en el propio Parlamento.
- Habiendo llegado al poder gracias al consentimiento de poderosos grupos externos, el fascismo no podía prescindir de los deseos de dichos grupos una vez alcanzado el poder. Los industriales eran la fuerza socioeconómica que resistía las tendencias revolucionarias del fascismo con mayor éxito. Las reformas económicas y sociales fascistas, por consiguiente, eran tanto un producto de la cautela industrializada como de las aspiraciones revolucionarias de los innovadores fascistas. Los industriales nunca fueron siempre lo bastante influyentes para quedarse en la arena en espera del siguiente enfrentamiento. aceptaron la reforma sindical, en parte porque era un paso necesario para consolidar el régimen que era para ellos una necesaria barrera frente al socialismo y en parte porque les convenía proceder así. La gran industria tuvo por ventajosa la reforma porque le ofrecía un puesto más favorecido en la administración pública, desde el cual seguirá influyendo en el curso de la reforma fascista y en la formulación política.
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